Dejé de llevar a Sammy a la peluquería porque sus gritos despertaban muchas miradas y comentarios que no sabía como manejar.
Dejé de llevarlo al supermercado porque se tiraba al piso o empujaba los carritos de otras personas y yo tenía que disculparme con todo el mundo y sentirme culpable por no poder – según me dijeron alguna vez – hacer que se “comportara correctamente”.
Dejé de ir a muchos lugares y dejé de hacer muchas cosas porque simplemente me cansé de dar explicaciones.
Me he sentido culpable y he pasado por muchas etapas de infinita culpa: culpa por falta de tiempo, de ánimo y de dinero para hacer por él mucho mas de lo que he hecho hasta ahora.
He recibido críticas de unos por ser tan sobreprotectora o por actuar con demasiada condescendencia según otros.
He llorado mucho y he superado mi duelo por lo que no pudo ser confiada en que a pesar de que nuestra historia ha sido diferente a lo que había soñado para nosotros, el amor mutuo la ha hecho maravillosa.
Pensé que ya había superado mis miedos y demonios y que había aprendido a aceptar mi presente con alegría.
Pensé que ya nada podría doblegarme y que el camino recorrido hasta ahora me había fortalecido para el futuro.
Hace un par de horas golpearon a la puerta, abrí y era la policía. Recibieron una llamada de un vecino denunciando el llanto exagerado de un niño. Entraron, hablamos, se cercioraron de que Alejandro dormía plácidamente en su cama y que Emily estaba muy feliz viendo television con Rodeo. Me tomaron mis datos y también hablaron por teléfono con papo que afortunadamente llamó en ese momento. Tomaron notas en una pequeña libreta, hablaron por radio, se fueron y al cerrar la puerta regresé al punto cero donde las miradas en la peluquería y los comentarios del supermercado que se habían dormido comenzaron a despertarse. Ahora la existencia de un vecino que se atreve a imaginarme maltratando a mi hijo me sacude el alma haciendome imposible describir la dimension de mi tristeza.
Alejandro grita, y grita mucho! Grita porque si y porque no. Grita porque quiere ponerse pantalones rojos pero están sucios y no puede usarlos. Grita porque su vaso azul se quedó en el hospital y no puede tomar agua en ningún otro. Grita porque no hay bananos. Grita porque no se quiere bañar o porque no quiere comer. También grita de felicidad porque vamos a ir al parque, cuando papo le hace cosquillas o cuando los filtros de Snapchat le parecen muy chistosos.
Alejandro corre, y corre mucho! Tiene que caminar adelante sin permitir que nadie lo pase. Tiene que ser el primero en abrir la puerta u oprimir los botones en el ascensor. Si algo se interpone en su camino entonces vuelve y grita… y lo hace muy duro!
Todos los días Alejandro grita y se impone. Emily se incomoda y me reclama. Yo me balanceo entre los dos y termino por cerrar ojos y oídos para no volverme loca.
Mi vecino escucha un llanto por algunos minutos decide llamar a la policía, echarme a mi la culpa y devolverme cuatro años en el tiempo.